sábado, 26 de agosto de 2017

 
     En 1980, la relación de Carlos y Diana, hija de John Spencer, vizconde de Althorp, se había vuelto “clandestina”. Sin ninguna propuesta de Carlos, la familia real sintió que su “honor había sido impugnado” y que era una relación “asediada” por la prensa que acampaba frente a su puerta. En ese momento, Diana, que solo tenía 19 años y carecía de la confianza que tan fácilmente se había ganado ya Camilla Parker Bowles con Carlos, confesaba a una vecina que se sentía “miserable”.
 Según la editora de moda Grace Coddington “Lady Spencer consultaba intensamente al equipo de la revista VOGUE sobre su ajuar y su real guardarropa. Los paparazzi se pasaban el día en la puerta de la revista con la esperanza de toparse con la novia”.
 El empresario sudamericano Roberto Devorik, y asesor personal de la Princesa, reconoce que sus comienzos como consultor personal de la princesa no fueron fáciles. “Diana no tenía sentido del estilo. Cuando iba de sport, estaba espléndida. Pero, al igual que todas las niñas bien inglesas de la época, prefería firmas locales como Laura Ashley o Susan Small en lugar de diseñadores internacionales”. Tardó años en convencerla para que incluyera a Gianni Versace o Christian Lacroix en su armario. “Uno podía aconsejarla, pero solo escuchaba cuando tenía ganas. Y si oía algo que no le gustaba, dejaba de hablarte durante dos días. Luego te llamaba para almorzar o te enviaba una caja de chocolates de Charbonnel et Walker. Era su manera de pedir perdón”, dice. En poco tiempo, él se convirtió en la sombra de la princesa de Gales.
     En enero de 1981, Diana tuvo un encuentro de tres días con la familia real en Norfolk, y Bedell Smith cuenta que fue un “tiempo tenso para ella durante toda la jornada”. En este momento, Felipe decidió redactar su carta ante las especulaciones que comenzaban a resonar en la prensa sobre el tambaleo de esta relación. “Carlos debería proponerle matrimonio o liberarla. Tiene que tomar una decisión”, expresó el padre de Carlos. Ese fue el año en el que contrajeron matrimonio. Roberto Devorik asistió a su boda en la catedral de St. Paul (“Muchos años después me reconoció que su vestido de novia era un espanto y que parecía un merengue. No fue elección mía”), recibió muchas veces a la princesa en su casa de Holland Park (“Venía a almorzar o a tomar el té, nunca a cenar”) y fue uno de los pocos hombres que Di acogió en la intimidad del palacio (“Tenía un teléfono rojo que conectaba directamente con sus aposentos en Kensington”). Poco antes de la boda, Diana ya dejó entrever a sus amigos que tenía problemas con el príncipe Carlos. “Sospechaba que su prometido se veía en secreto con su exnovia, Camilla Parker Bowles, y le aterraba la idea de ser reina. Un día, me citó en Clarence House. Cuando entré en el salón, vi que había llorado. Me dijo entre sollozos: ‘Roberto, tengo una pesadilla recurrente. Sueño que estoy en la coronación y que cuando me colocan la corona se me cae hasta el cuello. Veo todo negro, no me la puedo sacar y me ahogo”, recuerda su confidente.
  
El Príncipe Carlos pensó que Felipe, su padre, con quien solo se comunicaba por carta, le estaba dando una orden explícita, y se casó con Diana de Gales, por obligación, ya que su padre así se lo exigió en una carta afirmando que “su reputación estaba en juego”. De hecho, el monarca se ‘echó a temblar’ cuando recibió esta carta de su padre, en la que afirmaba que había “impugnado el honor” de su familia, cuando, siendo aún novio de Diana de Gales, tenía dudas de seguir o no la relación con ella. Así lo revela ‘Daily Mail’.
Según Bedell Smith: “No tenían conexiones intelectuales, pocos amigos mutuos, ningún interés en común y ninguna de las experiencias de vida compartida. Aunque Camilla, ‘a priori’, tampoco tenía tantas conexiones con Carlos, provenía de un círculo social alto como él, algo que Diana nunca pudo tener”. Por eso, el matrimonio quedaría marcado desde el principio por los celos de Diana sobre Camilla. Un hecho que alimentó sus inseguridades, su bulimia, depresiones, ansiedad y paranoia. 

     Las pesadillas de Di se hicieron realidad en su luna de miel en el castillo de Balmoral, en Escocia. Para entonces ya tenía la certeza de que su marido seguía en contacto con Camilla. Sus nervios se convirtieron en bulimia e intentos de suicidio. En su viaje de novios se quiso cortar las venas de las muñecas con unas cuchillas de afeitar. Sus amigos se enteraban de estos episodios mucho después de que ocurrieran. “Un día fui a tomar el té a Kensington. A Diana le gustaba acompañarte hasta la puerta, algo que no hacía ningún otro miembro de la familia real. Al bajar las escaleras, me señaló unos escalones y me dijo: ‘Aquí es donde me tiré porque estaba desesperada’. Lo decía con una naturalidad aplastante. Nunca se quejó, nunca la oí culpar a Carlos…”, recuerda Devorik. Las cosas no mejoraron después de dar a luz al príncipe Guillermo. Según reveló la propia Diana en la entrevista que concedió a la BBC en 1995, la depresión posparto la convirtió en una “paria”. “Mi situación les permitió acuñar una nueva y maravillosa etiqueta, la de Diana, la desequilibrada mental”, desveló al periodista Martin Bashir. En esa época, los príncipes de Gales eran vecinos, pared con pared, con Miguel y María Cristina de Kent, primos de la reina Isabel, en el palacio de Kensington. Devorik confirma que el trato entre ambas parejas era “frío” y “distante”.
Según el libro de Bedel Smith, “uno de los aspectos más tristes de la corta y trágica vida de Diana fue el fracaso de los que la rodeaban. Tanto amigos como familiares, intentaron convencerla de que tuviera un diagnóstico adecuado y tratara sus síntomas extremos de inestabilidad mental. Ella estaba atormentada por los sentimientos de vacío y desapego. Temía el abandono, tenía dificultades para mantener las relaciones sociales y solo mantuvo las más cercanas. De hecho, Diana de Gales alejó a la mayoría de los amigos de Carlos, porque estaba convencida de que estaban conspirando contra ella,. Por estas cuestiones, eran famosos los episodios de Diana llorando en público, y su depresión en Balmoral -la finca real en Escocia-, donde se cortó con fragmentos de vidrio delante del propio príncipe. 
 Subraya Devorik, "Ella tenía un defecto, o cualidad: era muy manipuladora con sus amistades, pero en el buen sentido. Era como si poseyera una cómoda con muchos cajones: sabía cuándo abrirlos y cerrarlos. No le gustaba mezclarnos. Así se aseguraba de que, si se peleaba con uno, no perdía al resto. Le aterraba la idea de perdernos”.
 "La Princesa estaba muy enamorada de él y creyó que casándose iba a formar la familia que no tuvo de niña." "No odiaba a Camila. Sentía Lástima y desprecio. La llamaba la rottweiler, y yo, el caballo Mr. Ed." "Respetaba y admiraba a la Reina Isabel II. Pero nunca entendió por qué su majestad le restó importancia al affaire de Carlos y Camilla. Diana no comprendió que no estaba ante una madre defendiendo a un hijo, sino ante una reina protegiendo a su heredero. A quien sí detestaba era al duque de Edimburgo. “El único negocio bueno que ha hecho en su vida es haberse casado con la reina de Inglaterra”, solía decir ella."
De acuerdo con Bedell Smith, el matrimonio dejó de tener relaciones íntimas en 1984, tras solo tres años juntos, y comenzaron a dormir en habitaciones separadas. A finales de 1986, hacían vidas separadas y Diana comenzó a tener una aventura con su instructor de equitación, el Capitán James Hewitt, de los Guardias de Vida en la Caballería. 
 En su famosa entrevista con el programa Panorama de la BBC en noviembre de 1995, Diana admitió haber pasado una noche con Hewitt. Y hablando de Camilla, le dijo al entrevistador Martin Bashir: “Éramos tres en este matrimonio”.
Según el biógrafo Jonathan Dimbleby, no hay duda de que también tuvo un romance con Barry Mannakee, un oficial de protección real. Otro de sus amantes se decía que fue Will Carling, el ex capitán de rugby de Inglaterra.


Smith escribe que Carlos “había pensado que podría llegar a amar a Diana, al igual que el matrimonio arreglado de su abuela y el rey Jorge VI”. Pero seis años después de su matrimonio, le escribió a un amigo: “¿Cómo podría haberlo hecho todo tan mal?”. Él ya lloraba en la víspera de su boda con Diana. “Todavía estaba enamorado de Camilla, una mujer vivaz, irreverente, indiferente a la moda y al estilo, modesta y afectuosa”. De ahí vinieron las inseguridades de Diana. Su insomnio y su anorexia comenzaron a ser protagonistas en su vida. Echaba de menos el almuerzo con sus amigas y sus compras, dos grandes intereses para ella. En aquel momento, comenzó a sufrir episodios de ‘desconcertante desapego’ con el mundo exterior, de obsesiones y rotundos cambios de humor.
     La separación de Carlos y Diana fue anunciada en diciembre de 1992 por el primer ministro británico John Major, quien leyó una declaración de la Familia Real al Parlamento británico. En aquellos días, a Diana de Gales le molestaba cualquier cosa que tuviera que ver con su marido. Y Carlos se dio cuenta de que ese ‘falso matrimonio’ se había “roto irremediablemente”. 
     La guerra fría entre Diana y los Windsor llegó a su clímax en 1992, cuando la reina aprobó que los príncipes de Gales se separaran temporalmente. “Tras reunirse con su majestad, ya de salida del palacio de Buckingham, se cruzó con Felipe. El duque de Edimburgo le dijo: ‘Te vas a quedar sin nada’. Ella le respondió: ‘Me voy con mi título y con mi nombre, que los tengo intactos. No todos pueden decir lo mismo’. Diana sabía que ella era más real y más inglesa que todos ellos juntos”, reconoce Devorik.
 Ese fue el annus horribilis de la familia real —la separación de los príncipes de Gales coincidió con la del príncipe Andrés y Sarah Ferguson y con el incendio del castillo de Windsor— y el de la transformación de Diana: de princesa engañada a reina de corazones. Como tenía un problema de dicción, empezó a tomar clases con un actor para hacer frente a la tormenta mediática que se avecinaba. Tras devorar biografías de iconos como Eva Perón, Jacqueline Kennedy o Kasturba Gandhi, aprendió a utilizar la moda como herramienta de propaganda. Renovó su armario —más sexy, minimalista e internacional— para reflejar que era una mujer moderna, activa y cosmopolita. “Convirtió la ropa en un instrumento. Ella sabía que había gente que pagaba 3.000 euros por verla en una gala benéfica y se vestía para ellos, no por vanidad”, señala su amigo. El año 1992 también fue el de la publicación de la biografía de Andrew Morton y el de la filtración a la prensa de unas conversaciones íntimas entre ella y su amigo James Gilbey.


      "Comenzó a tener miedo a la muerte después de separarse de Carlos. La acompañé en muchos viajes: recorrimos Inglaterra para visitar a los enfermos de sida, fuimos a Nueva York para la gala del Metropolitan de 1996, a Argentina… En esos viajes solía decirme que tenía la premonición de que iba a sufrir un accidente de avión, de helicóptero o de coche y que se iban a deshacer de ella de esa manera." " En su desesperación por ser feliz, acudía a videntes porque le decían lo que quería oír. Pero al final de su vida, con la ayuda de Teresa de Calcuta, se interesó por el catolicismo. Estoy seguro de que se habría convertido, lo cual habría sido un escándalo para la corona inglesa. Pocos lo saben, pero sobre su féretro colgaba un rosario que le había regalado la madre Teresa."asegura Devorik.
 "Era la mujer más deseada del mundo, los hombres le ofrecían aviones, barcos, joyas... Era joven, espléndida y las hormonas le funcionaban. Luchó todo lo que pudo por salvar su matrimonio. Cuando se dio cuenta de que no iba a poder sacar a Camilla de debajo de las sábanas de Carlos, decidió disfrutar de la vida. Pero ella me decía: “No hice muchas cosas por respeto a mis hijos, y las que hice, las hice porque necesitaba afecto”.
      En 1995, conoció al cirujano pakistaní Hasnat Khan. " Carlos fue el amor de su vida. Pero estoy seguro de que se habría casado con el doctor Khan, porque estaban muy enamorados. Se vieron poco antes de morir ella. Querían formalizar la relación."
 En la entrevista a la BBC de 1995, la princesa reconoció que, poco después de casarse, le había sido infiel a Carlos con el oficial de caballería James Hewitt. Buckingham no perdonó esa indiscreción. Después de la emisión, que siguieron más de 15 millones de ingleses, la reina presionó para que su hijo y su nuera firmaran el divorcio, que se hizo efectivo el 15 de julio de 1996. “Vi con mis propios ojos el documento del acuerdo. Era más largo que la Biblia o Guerra y Paz, de Tolstói”, dice Devorik. En él se estipulaba hasta el más mínimo detalle sobre la nueva vida de Diana: las joyas que se podía quedar (“No le interesaban; de hecho, nunca le gustó el anillo de zafiro que le regaló Charles para la pedida de mano”), los trabajos que podía ejercer (“Le prohibían ganar dinero”) o dónde debía vivir (“Podía quedarse en Kensington, pero ella quería un cottage en Althorp, la residencia de los Spencer. Su hermano, Charles, se lo negó porque no quería a la prensa cerca de la propiedad”).
La familia real incluso intentó que Diana pasara menos tiempo con sus hijos. Ella amenazó con ir a los tribunales y Buckingham reculó. Ganó esa batalla, pero no la guerra. Tuvo que renunciar al tratamiento de alteza real. “Eso fue lo que más le dolió —admite—. No por ella, sino por sus hijos. La madre del futuro rey de Inglaterra iba a tener que hacerle la reverencia a gente de menor rango. Era una humillación”. Guillermo, con 14 años, le dijo: “No te preocupes. Cuando yo sea rey, te devolveré todo lo que te han quitado”.
 Con el divorcio nació el icono: Fue entonces cuando apareció una mujer segura de sí misma, que acabó conviertiéndose en un icono de estilo atemporal. 
     La época del divorcio real fue la más difícil de su amistad. “Cuando su hermano se negó a recibirla en Althorp, vino llorando a decirme: ‘Siempre me traicionan las personas que más quiero”. Sus amigos no le fallaron. Tras su muerte, Devorik tuvo que declarar dos veces en Scotland Yard para reconstruir los últimos días de la princesa. “Recibí una llamada anónima en la que me dijeron que tuviera cuidado con lo que decía, porque podía ser muy peligroso para mi vida. Obviamente, no hice caso”, admite entre risas.
     Habiendo sido invitada de vacaciones con el jefe de Harrods, Diana comenzó su relación con su hijo, Dodi, en julio de 1997. 

 Sólo seis semanas después de conocerse, Diana y Dodi murieron en un fatal accidente automovilístico en París.

 "Un día antes de su muerte, estaba almorzando con lady Bowker en su casa de Mayfair cuando nos llamó desde Italia para avisar que el lunes regresaba a Londres. Sabíamos que estaba enamorada del doctor Khan, pero como todos hablaban del affaire con Dodi Al Fayed le preguntamos al respecto. Nos dijo que lo de Dodi era un romance de verano, se rio y anunció: “Os llamo el lunes”. Solo 24 horas después, en medio de la noche, sonó el teléfono en casa de Roberto Devorik. Saltó de la cama esperando oír la voz de su amiga, pero no era ella.
     En la madrugada del domingo 31 de agosto de 1997, pasada la medianoche, Roberto Devorik saltó de la cama para contestar una llamada telefónica. “Diana ha sufrido un terrible accidente de tráfico en París, está muy grave. Le seguiré informado”, le anunció Paul Burrell, mayordomo del palacio de Kensington. Devorik pasó la noche en vela paseando por su casa de un lado a otro, perdiendo la mirada en las telas de Colefax & Fowler que forraban las paredes de su salón y que tanto le gustaban a la princesa. Poco después de las cuatro de la mañana el teléfono volvió a sonar. “Diana ha fallecido”, le confirmó Burrell. “Una hora antes de que la noticia diera la vuelta al mundo, yo ya lo sabía. Fueron los 60 minutos más largos y surreales de mi vida”, recuerda el empresario.
 Este día fue uno de los más significativos para Diana - exactamente un año antes se había divorciado del Príncipe de Gales.

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